martes, 4 de septiembre de 2012

Desperté en un lugar desconocido



        Desperté en un lugar desconocido y sombrío donde se respiraba un frío e inquietante silencio ensordecedor. Frío porque sobrecogía mi alma y ensordecedor hasta que apoyándome sobre mis rodillas, escuché el crujir de unas ramas secas que había bajo mis zapatillas de deporte llenas de fango casi por completo. El ruido fue testigo de mi presencia en aquel bosque desierto. Con agilidad me puse en pie pero en posición de cautela mientras miraba de un lado a otro con la extraña sensación de que alguien estuviera acechándome.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al querer mirar hacia atrás. Como si todos los músculos de mi cuerpo se agarrotasen, pude, muy despacio y con ayuda de un giro de casi 180 grados de las órbitas de mis ojos, comprobar que por el momento, esa extraña presencia que intuía mi subconsciente no se encontraba a mi alcance. Esa tensión inicial se convirtió en una quietud que durante unos segundos me permitió recuperar el aliento y respirar profunda y entrecortadamente aquella fantasmagórica brisa seca. Ese olor era desconocido para mí. Hacía mucho frío y el bello de mi cuerpo se erizaba tratando de entrar en calor.

Mi cabeza maquinaba en un atropellado torbellino de ideas inconexas y desorganizadas y trataba de buscar una explicación lógica a esta situación. -¿Qué hago yo aquí?  –me preguntaba entre dientes mientras recordaba mis últimos estados de conciencia, previos a mi despertar en este sitio abismal. Esto es real. Mi cuerpo y mis ojos no pueden estar engañándome.

Recordando con gran esfuerzo, como si esto hubiera pasado hace años, pude visualizar en mi mente aquel momento en que cansado e inmerso en un placentero intento de conciliar el sueño, mi mente recordaba algunas de las palabras que mi amiga me había susurrado por teléfono mientras me enredaba en mi edredón de plumas. Estaba tratando de pensar en cosas banales y al mismo tiempo agradables que me permitieran conseguir una relajación, cada vez más difícil de conseguir y sumergirme por fin, en un profundo sueño de algodón.

Últimamente el sueño se ha convertido en un reto que antes, sin necesidad de proponérmelo, obtenía de forma totalmente inconsciente. Es terrible vivir una vida en que el sueño es irreconciliable y la vigilia es insoportablemente cansina. Ni se duerme a gusto por las noches ni se puede estar del todo despierto durante el día. Es como si un estado sensorial de la percepción te hiciera prisionero de sus caprichos y fueras víctima de un estado de semiinconsciencia permanente.

Cuando uno se despierta con gran pesar y apatía, se atiborra a cafés como si eso pudiera acabar con el fantasma de la somnolencia. Con un pitillo detrás de otro y con bocanadas llenas de humo y aliento de amargo café, te recuerda un cenicero repleto de retorcidas colillas que efectivamente estás ahí sentado en el sofá de tu casa y apenas te queda tabaco para después. El enemigo es fuerte traicionero. Una extraña sensación de embotamiento te mantiene sumergido en un medio semiacuoso que nubla tu vista y aletarga tus sensaciones hasta el punto de no saber muy bien si te encuentras en un extraño sueño o simplemente estás bajo los efectos de alguna droga que anula tus capacidades normales de comunicación y percepción. No recuerdo haber fumado nada fuera de lo normal y de hecho, mucho tiempo vista ya desde aquella última calada psicotrópica en el sótano azul.

Los días se hacen eternos y no hay nada que sepa hacerme compañía. Siempre viendo la hora apático, soñando que es la hora de dormir ya. Recordándome una y otra vez que una tentadora siesta no es lo más aconsejable si por la noche quiero dormir. Uno se pasea como alma en pena sin saber muy bien ni a dónde va. Las invisibles cadenas del agotamiento, te hacen esclavo un día más, del pesado lastre que tiene que soportar tu cordura al borde de la desesperación más absurda.

Muchas veces he pensado en tomar vitaminas para fortalecerme de nutrientes y vitaminas esenciales. Varios análisis clínicos me convencen de que presento en un relativo equilibrio y que, por tanto, no se trata de exceso o carencia de ninguna de las esencias vitales de mi sangre. Lo más lamentable es que ya bien entrada la noche y ya arropado entre sábanas y a altas horas de la madrugada, una extraña sensación te impide dormir. Es ahí cuando los nervios se despuntan y dar vueltas en la cama es el único entretenimiento para calmarme hasta poder por fin, perder el sentido entre sobresaltos de inquietud.

Sin dejar de perder la guardia, mi mente volvió a preocuparse por la situación actual y otro escalofrío eléctrico dejó sentir punzadas recorriendo mi espalda mientras me enderezaba para tratar de controlarlas. Encogí los hombros de forma inconsciente para entrar en calor y cubrir mi cuello de posibles ataques sorpresa. Llevaba mi sudadera verde así que decidí ponerme la capucha para sentirme resguardado de aquella lúgubre brisa fría.

Aquella quietud, aquel silencio tan misterioso no me gustaba nada. Y mucho menos me gustaba el hecho de ni saber cómo demonios había podido llegar a parar a ese extraño lugar. Mirando a mi alrededor pude comprobar que se trataba de un bosque que parecía muerto del todo. Ni una sola hoja daba vida a aquellos árboles negruzcos y secos. Ni un solo hierbajo daba una brizna de color a aquel paisaje de sombras negras. Era como si un incendio hubiera devastado toda aquella extensión de tierra y no hubiera dejado ni la más mínima prueba de que ahí hubiera habido vida en algún momento. Entre las ya podridas ramas de aquellos árboles que bien podrían ser centenarios, veía claramente un cielo gris, cargado posiblemente de miles de toneladas de agua amenazantes. No sería de extrañar que lloviera. De hecho debía haber llovido hacía no mucho tiempo porque estaba el terreno encharcado y embarrado por tramos en el irregular terreno de sedimentadas formas de caudal en las principales depresiones que me rodeaban.

Yo comprobaba con un cierto aire de tranquilidad que no estaba apenas mojado al pasar las palmas de mis manos por la ropa que llevaba puesta. Apenas tenía salpicaduras en los pantalones de haber estado corriendo, posiblemente, por el barro. Pude palpar que dentro de la sudadera portaba un paquete de tabaco y con un suspiro me llevé un pitillo a la boca y lo encendí con una enorme bocanada de humo que se disipo en mis espaldas. Tratando de moverme de ese nada deseado sitio, un pie pudo dar un paso al frente con el crujido de ramas al romperse bajo mi peso. Continuando desorientado, el otro pie se aventuró a lo desconocido avanzando sigiloso entre los charcos. Las nubes parecían cada vez más, amenazar con una buen chaparrón.

Entre chasquidos de ramas opté por abrirme paso hacia lo que parecía ser el sol entre las nubes. La verdad que sin ningún otro motivo, me pareció lo más prudente tomar ese rumbo sin querer plantearme otra opción como más oportuna. Se trataba simplemente de poder caminar en línea recta mientras miraba al suelo para esquivar charcos y trataba de sortear los árboles y restos de matorral espinoso y sin vida.

El sol de hecho, había bajado un buen trecho tras al menos dos horas de camino y un nudo que atormentaba la boca de mi estómago se dejaba sentir cada vez más intensamente. Tenía sed y muchas ganas de dar con alguna carretera, un camino o, por lo menos, divisar a lo lejos, la empinada torre de la iglesia de algún recóndito pueblo medio abandonado. Humo saliendo de alguna chimenea, una lata de refresco oxidada. Cualquier pista de que hubo algo de vida en este sitio donde me encuentro perdido. Hasta el momento no había visto ni una mosca. Ni un ave surcando el cielo gris. Mi obstinación por haber escogido el camino acertado, me empujaba a seguir andando a buen ritmo sin tener más síntoma de cansancio que un respirar hondo y ahogado entre mis pasos.

No podía sentir el cansancio porque una extraña sensación de angustia se dejaba sentir en todo mi cuerpo cada vez que comprobaba que al sol, poco le faltaba para caer en el horizonte. Como se hiciera de noche en ese lugar, no sé si podría soportar la soledad e incertidumbre que se apoderaba de mi destino. Trataba de no pensar en ello y seguía con paso más firme y decidido hacia ninguna parte.

El miedo provoca un estúpido estado de inconsciencia que te permite afrontar las situaciones críticas de supervivencia y no volverte loco con elucubraciones maliciosamente catastrofistas. Sin embargo, hay momentos en que la mente se dispara pronosticando situaciones muy posibles y que podrían ser reales como esta situación no diera un cambio radical. El hecho era que la noche estaba cayendo implacable sobre aquel bosque y no había indicios de que fuera a encontrar algún sitio amigable y seguro. Estaba comenzando a parecer realmente preocupante la situación y mi corazón se aceleraba por momentos como producto del pánico que estaba empezando a sentir al imaginarme perdido en este bosque por la noche.

Mi mente luchaba por controlar estas taquicardias y cada vez peor, era capaz de ver el suelo que pisaba por la oscuridad que ya se hacía presa del bosque inanimado. Cada vez oía mas fuerte el crujir de las ramas muertas bajo mis pies y el eco de estos ruidos se hacía cada vez más pesado en mis oídos. Oía mi respiración, el latir de mi corazón y una brisa que con el atardecer se hacía más fría e intermitentes sus rachas. Con una extraña sensación de que algo o alguien me seguía miraba por ratos a mis espaldas con cierta dificultad pues la capucha me robaba mucho campo de visión en los laterales. Dos veces tuve que girarme por completo para darme cuenta de que mejor sería quitarme la capucha y tener mis sentidos alerta al cien por cien.

Me quedaba el consuelo de que no hubiera llovido para tratar de tranquilizarme pensando que podría ser peor la situación. Nunca me había perdido durante tanto tiempo y trataba de mentalizarme de que no podía ser tan terrible pasar una noche en un bosque sin aparentes peligros reales.

Con los pies embarrados me puse de cuclillas y respiré muy profundamente. Bajé la vista al suelo entre mis pies y cerré los ojos mientras olía el olor del barro resbaladizo. Durante unos segundos permanecí en esa posición tratando de relajarme. Abrí los ojos y pasando los dedos por el barro pude darme cuenta de que unos pequeños hierbajos habían germinado del suelo mojado. Un sentimiento de alivio me hizo pensar que al menos no era yo el único ser vivo en ese bosque tan inhóspito y sin vida. Sin quitar la vista de esas hojitas verdes que emanaban vitalidad, pasé un dedo para acariciarla como si fuera la fuerte de mi esperanza. Por un momento esa inquietud de no saber ni dónde estaba, se convirtió en un intervalo de tiempo en que me sentí ausente. Una paz extraña recorrió mi cuerpo relajándolo.

No sé cuanto tiempo estuve ahí parado pero esa sensación de prisa por llegar a ninguna parte se evaporó dando lugar a un estado más apacible en que las preocupaciones parecieron desvanecerse. Cuando levanté la mirada ya no se veía el sol pero pude comprobar que el cielo parecía querer despejarse por el horizonte. Esa sensación de quietud, silencio y paz podría estar convirtiéndose en algo que me tranquilizaba.

Sinceramente, no creo q la presencia de un simple hierbajo pudiera haberme reconfortado tanto cuando más pensaba que se acercaba lo peor. De hecho, lo peor era inevitable y se estaba haciendo de noche de manera inexorable. La diferencia era, muy posiblemente, mi actitud para afrontar la situación. Estaba relajado y confiado de que nada malo podría pasarme en ese lugar por muy siniestro que fuera.

-Debería buscar algún sitio donde resguardarme y pasar la noche lo mejor posible. –pensé más relajado.

Con la vista acostumbrada a la oscuridad pude llegar a una zona alta donde un gran árbol se erguía sobre  gruesas raíces. Sus desnudas raíces podrían ser un buen sitio para sentarme sobre algo seco y buscando una buena postura, poder ir acomodando mi espalda en su robusto tronco marcado por el paso del tiempo. Mi cabeza divagaba sobre la historia de aquel perdido árbol que sin tener ni idea de botánica, podría tener perfectamente más edad que la que podría tener hoy mi tatarabuelo cuyo nombre ni conozco. Pudo nacer hace, por lo menos, trescientos años de un simple hierbajo como el que encontré. Su semilla pudo venir transportada en los intestinos de algún animal herbívoro y nómada ya que no había visto ningún árbol como éste en el bosque. Que casualidad haber nacido en lo alto de esta loma. Que fortaleza para haber crecido año tras año sin parecer inmutarse por lo que a su alrededor pasara. Que nobleza haber muerto sin parecer que haya querido correr de esta loma para ponerse a salvo. Todavía hoy va a serme útil subirme en sus raíces y me ayudará a sentirme seguro durante la noche.

La paz seguía apoderándose del bosque que parecía no ser consciente de mi extraña presencia. Echando la mano a mi bolsillo, cogí un cigarrillo y lo encendí tomándome mi tiempo en un ya muy conocido ritual. Cada calada me adentraba en un pensamiento mas profundo y contemplaba el cielo entre las ramas ya muertas que parecían querer protegerme de la noche. Había una cierta claridad en la noche. Las nubes corrían ligeras como flotando en la noche. Por ratos, media luna me enseñaba  su mejilla herida y algunas estrellas parpadeaban como pequeños luceros que orientaban mi mirada a través de la nada. Así divagando entretenido en mis pensamientos, fui pasando las horas entre ideas fugaces. Cómodo en mi tronco, pude cerrar los ojos despacio y con un respirar relajado me hundí acomodado en sus brazos.

Creo que no pasó mucho tiempo hasta que abrí los ojos y pude ver una claridad brillante que iluminaba todo cuanto me rodeaba. El tiempo es muy relativo y aquella noche pasó volando ante mí como si no quisiera que pasara frío. El rocío fue quien me despertó al sentir su fresca humedad en mi rostro. No hacía nada de viento y pude darme cuenta con cierto regocijo de que se intuían verdes sombras sobre las pequeñas lomas iluminadas por el cálido sol de aquel bosque inanimado hasta el momento. Los rayos de este sol amigo perfilaban brillos entre las ramas de los árboles que ahora se me antojaban con un encanto misterioso. Parecía que la vida quería reivindicar su derecho a continuar existiendo en aquel lugar. Que aquella bonita mañana había dado nuevas esperanzas de vida a aquel bosque perdido y después de tanto tiempo.

Me incorporé como si hubiera descansado como hacía mucho tiempo y sin ni echar de menos mis enormes tazas de café negro y mañanero, me incorporé para observar el lugar desde una mejor perspectiva. No estaba nada orientado pero desde lo alto pude ver un riachuelo que serpenteaba entre lo que pudieron ser chopos en mejores días. Bajé por la colina hasta aquel río de agua cristalina y llenando mis manos de agua, me refresqué la cara, el pelo y bebí de sus aguas. Cuando me erguí, pude descubrir pasmado que a poco más de una docena de árboles había una cabaña escondida entre árboles verdes y un pequeño murito de piedra cubierto de musgo de varios colores y ya muy consolidado. Aquello no me lo podía ni creer.

Me acerqué curioso a aquella cabaña de piedras y vigas de madera oscura y pude comprobar que un débil hilillo de humo salía de su renegrida chimenea central. Alrededor había vegetación y lo que parecían ser árboles frutales y una pequeña huerta muy bien cuidada. Los muros de piedra aguantaban un tejado de teja marrón muy rústica y las contraventanas de madera verde estaban cerradas a cal y canto. Fui rodeando la pequeña casita del bosque y pude ver que había ropa tendida en unas cuerdas atadas entre dos árboles que debían ser manzanos y al lado, en una gran higuera, un columpio hecho de palo y cuerda se suspendía con un leve balanceo. Herramientas para la tierra y un pozo que debía ser de abundante agua fresca por el cubo lleno de agua y la tapa abierta. Contra la pared de atrás, un montón de leña pilada con esmero y el hacha clavada en una de las vigas maestras de la cabaña.

Todo parecía indicar que alguien vivía ahí. Pensaba que lo mejor sería no buscarme problemas y largarme de ahí lo antes posible antes de que alguien pudiera sentirse agraviado. En ese bosque tan solitario, no creo que los habitantes estén muy acostumbrados a recibir visitas inesperadas. Cuando más claro tenía que lo mejor sería continuar mi camino, un pajarraco que había sobre el tejado, empezó a graznar desesperadamente. Ese bicho emitía unos ruidos desgarradores, como si lo fueran a desplumar. Hice amago de hacerlo calar con un silbido pero antes de poder coger ni aliento, oí un ruido que bien podría ser la puerta de la cabaña.

Me quedé muy quieto, en la parte de atrás de la casa. Pegado al muro y preparado para salir echando patas si la situación lo requería. El pájaro enmudeció como satisfecho de haber conseguido lo que pretendía. Ya había activado la alarma contra intrusos y de forma muy rápida se había complicado todo lo que empezó con una curiosidad razonable.

Caminando erguida y sin aparente preocupación, apareció tras la esquina de la cabaña una chica joven vestida con un camisón blanco hasta los pies. El pelo suelto y revuelto. La mirada apacible. Yo me quedé mirándola atónito como si no me pudiese creer lo que estaba viendo. No desperté de ese estado de estupidez hasta que me saludó con un simple y vivaracho “hola”. Mi respuesta mecánica fue devolverle el saludo. Estaba del todo impávido y sumido en un estado de escepticismo que no acababa de superar.

-¿Quieres pasar a desayunar? –me dijo la chica con toda la normalidad del mundo. –Te estaba esperando. –Mis  ojos atónitos no le quitaban la mirada de encima mientras me hacía un gesto como invitándome a dar la vuelta al muro para que pasara. El pajarraco emitió un ronquido pacífico y después hizo un gorgorito cantarín mientras abatía sus alas sobre el tejado.


No hay comentarios:

Publicar un comentario