Desperté en un lugar desconocido y sombrío donde se
respiraba un frío e inquietante silencio ensordecedor. Frío porque sobrecogía
mi alma y ensordecedor hasta que apoyándome sobre mis rodillas, escuché el
crujir de unas ramas secas que había bajo mis zapatillas de deporte llenas de
fango casi por completo. El ruido fue testigo de mi presencia en aquel bosque
desierto. Con agilidad me puse en pie pero en posición de cautela mientras
miraba de un lado a otro con la extraña sensación de que alguien estuviera acechándome.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo al querer mirar hacia atrás. Como si
todos los músculos de mi cuerpo se agarrotasen, pude, muy despacio y con ayuda
de un giro de casi 180 grados de las órbitas de mis ojos, comprobar que por el
momento, esa extraña presencia que intuía mi subconsciente no se encontraba a
mi alcance. Esa tensión inicial se convirtió en una quietud que durante unos
segundos me permitió recuperar el aliento y respirar profunda y
entrecortadamente aquella fantasmagórica brisa seca. Ese olor era desconocido
para mí. Hacía mucho frío y el bello de mi cuerpo se erizaba tratando de entrar
en calor.
Mi cabeza maquinaba en un atropellado torbellino de ideas inconexas y
desorganizadas y trataba de buscar una explicación lógica a esta situación.
-¿Qué hago yo aquí? –me preguntaba entre
dientes mientras recordaba mis últimos estados de conciencia, previos a mi
despertar en este sitio abismal. Esto es real. Mi cuerpo y mis ojos no pueden
estar engañándome.
Recordando con gran esfuerzo, como si esto hubiera pasado hace años, pude
visualizar en mi mente aquel momento en que cansado e inmerso en un placentero
intento de conciliar el sueño, mi mente recordaba algunas de las palabras que
mi amiga me había susurrado por teléfono mientras me enredaba en mi edredón de
plumas. Estaba tratando de pensar en cosas banales y al mismo tiempo agradables
que me permitieran conseguir una relajación, cada vez más difícil de conseguir
y sumergirme por fin, en un profundo sueño de algodón.
Últimamente el sueño se ha convertido en un reto que antes, sin necesidad
de proponérmelo, obtenía de forma totalmente inconsciente. Es terrible vivir
una vida en que el sueño es irreconciliable y la vigilia es insoportablemente
cansina. Ni se duerme a gusto por las noches ni se puede estar del todo
despierto durante el día. Es como si un estado sensorial de la percepción te
hiciera prisionero de sus caprichos y fueras víctima de un estado de
semiinconsciencia permanente.
Cuando uno se despierta con gran pesar y apatía, se atiborra a cafés como
si eso pudiera acabar con el fantasma de la somnolencia. Con un pitillo detrás
de otro y con bocanadas llenas de humo y aliento de amargo café, te recuerda un
cenicero repleto de retorcidas colillas que efectivamente estás ahí sentado en
el sofá de tu casa y apenas te queda tabaco para después. El enemigo es fuerte
traicionero. Una extraña sensación de embotamiento te mantiene sumergido en un
medio semiacuoso que nubla tu vista y aletarga tus sensaciones hasta el punto
de no saber muy bien si te encuentras en un extraño sueño o simplemente estás
bajo los efectos de alguna droga que anula tus capacidades normales de
comunicación y percepción. No recuerdo haber fumado nada fuera de lo normal y
de hecho, mucho tiempo vista ya desde aquella última calada psicotrópica en el
sótano azul.
Los días se hacen eternos y no hay nada que sepa hacerme compañía.
Siempre viendo la hora apático, soñando que es la hora de dormir ya.
Recordándome una y otra vez que una tentadora siesta no es lo más aconsejable
si por la noche quiero dormir. Uno se pasea como alma en pena sin saber muy
bien ni a dónde va. Las invisibles cadenas del agotamiento, te hacen esclavo un
día más, del pesado lastre que tiene que soportar tu cordura al borde de la
desesperación más absurda.
Muchas veces he pensado en tomar vitaminas para fortalecerme de
nutrientes y vitaminas esenciales. Varios análisis clínicos me convencen de que
presento en un relativo equilibrio y que, por tanto, no se trata de exceso o
carencia de ninguna de las esencias vitales de mi sangre. Lo más lamentable es
que ya bien entrada la noche y ya arropado entre sábanas y a altas horas de la
madrugada, una extraña sensación te impide dormir. Es ahí cuando los nervios se
despuntan y dar vueltas en la cama es el único entretenimiento para calmarme
hasta poder por fin, perder el sentido entre sobresaltos de inquietud.
Sin dejar de perder la guardia, mi mente volvió a preocuparse por la
situación actual y otro escalofrío eléctrico dejó sentir punzadas recorriendo
mi espalda mientras me enderezaba para tratar de controlarlas. Encogí los
hombros de forma inconsciente para entrar en calor y cubrir mi cuello de
posibles ataques sorpresa. Llevaba mi sudadera verde así que decidí ponerme la
capucha para sentirme resguardado de aquella lúgubre brisa fría.
Aquella quietud, aquel silencio tan misterioso no me gustaba nada. Y
mucho menos me gustaba el hecho de ni saber cómo demonios había podido llegar a
parar a ese extraño lugar. Mirando a mi alrededor pude comprobar que se trataba
de un bosque que parecía muerto del todo. Ni una sola hoja daba vida a aquellos
árboles negruzcos y secos. Ni un solo hierbajo daba una brizna de color a aquel
paisaje de sombras negras. Era como si un incendio hubiera devastado toda
aquella extensión de tierra y no hubiera dejado ni la más mínima prueba de que
ahí hubiera habido vida en algún momento. Entre las ya podridas ramas de
aquellos árboles que bien podrían ser centenarios, veía claramente un cielo
gris, cargado posiblemente de miles de toneladas de agua amenazantes. No sería
de extrañar que lloviera. De hecho debía haber llovido hacía no mucho tiempo
porque estaba el terreno encharcado y embarrado por tramos en el irregular
terreno de sedimentadas formas de caudal en las principales depresiones que me
rodeaban.
Yo comprobaba con un cierto aire de tranquilidad que no estaba apenas
mojado al pasar las palmas de mis manos por la ropa que llevaba puesta. Apenas
tenía salpicaduras en los pantalones de haber estado corriendo, posiblemente,
por el barro. Pude palpar que dentro de la sudadera portaba un paquete de
tabaco y con un suspiro me llevé un pitillo a la boca y lo encendí con una
enorme bocanada de humo que se disipo en mis espaldas. Tratando de moverme de
ese nada deseado sitio, un pie pudo dar un paso al frente con el crujido de
ramas al romperse bajo mi peso. Continuando desorientado, el otro pie se
aventuró a lo desconocido avanzando sigiloso entre los charcos. Las nubes
parecían cada vez más, amenazar con una buen chaparrón.
Entre chasquidos de ramas opté por abrirme paso hacia lo que parecía ser
el sol entre las nubes. La verdad que sin ningún otro motivo, me pareció lo más
prudente tomar ese rumbo sin querer plantearme otra opción como más oportuna.
Se trataba simplemente de poder caminar en línea recta mientras miraba al suelo
para esquivar charcos y trataba de sortear los árboles y restos de matorral
espinoso y sin vida.
El sol de hecho, había bajado un buen trecho tras al menos dos horas de
camino y un nudo que atormentaba la boca de mi estómago se dejaba sentir cada
vez más intensamente. Tenía sed y muchas ganas de dar con alguna carretera, un
camino o, por lo menos, divisar a lo lejos, la empinada torre de la iglesia de
algún recóndito pueblo medio abandonado. Humo saliendo de alguna chimenea, una
lata de refresco oxidada. Cualquier pista de que hubo algo de vida en este
sitio donde me encuentro perdido. Hasta el momento no había visto ni una mosca.
Ni un ave surcando el cielo gris. Mi obstinación por haber escogido el camino
acertado, me empujaba a seguir andando a buen ritmo sin tener más síntoma de
cansancio que un respirar hondo y ahogado entre mis pasos.
No podía sentir el cansancio porque una extraña sensación de angustia se
dejaba sentir en todo mi cuerpo cada vez que comprobaba que al sol, poco le
faltaba para caer en el horizonte. Como se hiciera de noche en ese lugar, no sé
si podría soportar la soledad e incertidumbre que se apoderaba de mi destino.
Trataba de no pensar en ello y seguía con paso más firme y decidido hacia ninguna
parte.
El miedo provoca un estúpido estado de inconsciencia que te permite
afrontar las situaciones críticas de supervivencia y no volverte loco con
elucubraciones maliciosamente catastrofistas. Sin embargo, hay momentos en que
la mente se dispara pronosticando situaciones muy posibles y que podrían ser
reales como esta situación no diera un cambio radical. El hecho era que la
noche estaba cayendo implacable sobre aquel bosque y no había indicios de que
fuera a encontrar algún sitio amigable y seguro. Estaba comenzando a parecer
realmente preocupante la situación y mi corazón se aceleraba por momentos como
producto del pánico que estaba empezando a sentir al imaginarme perdido en este
bosque por la noche.
Mi mente luchaba por controlar estas taquicardias y cada vez peor, era
capaz de ver el suelo que pisaba por la oscuridad que ya se hacía presa del
bosque inanimado. Cada vez oía mas fuerte el crujir de las ramas muertas bajo
mis pies y el eco de estos ruidos se hacía cada vez más pesado en mis oídos.
Oía mi respiración, el latir de mi corazón y una brisa que con el atardecer se
hacía más fría e intermitentes sus rachas. Con una extraña sensación de que
algo o alguien me seguía miraba por ratos a mis espaldas con cierta dificultad
pues la capucha me robaba mucho campo de visión en los laterales. Dos veces
tuve que girarme por completo para darme cuenta de que mejor sería quitarme la
capucha y tener mis sentidos alerta al cien por cien.
Me quedaba el consuelo de que no hubiera llovido para tratar de tranquilizarme
pensando que podría ser peor la situación. Nunca me había perdido durante tanto
tiempo y trataba de mentalizarme de que no podía ser tan terrible pasar una
noche en un bosque sin aparentes peligros reales.
Con los pies embarrados me puse de cuclillas y respiré muy profundamente.
Bajé la vista al suelo entre mis pies y cerré los ojos mientras olía el olor
del barro resbaladizo. Durante unos segundos permanecí en esa posición tratando
de relajarme. Abrí los ojos y pasando los dedos por el barro pude darme cuenta
de que unos pequeños hierbajos habían germinado del suelo mojado. Un
sentimiento de alivio me hizo pensar que al menos no era yo el único ser vivo
en ese bosque tan inhóspito y sin vida. Sin quitar la vista de esas hojitas
verdes que emanaban vitalidad, pasé un dedo para acariciarla como si fuera la
fuerte de mi esperanza. Por un momento esa inquietud de no saber ni dónde
estaba, se convirtió en un intervalo de tiempo en que me sentí ausente. Una paz
extraña recorrió mi cuerpo relajándolo.
No sé cuanto tiempo estuve ahí parado pero esa sensación de prisa por
llegar a ninguna parte se evaporó dando lugar a un estado más apacible en que
las preocupaciones parecieron desvanecerse. Cuando levanté la mirada ya no se
veía el sol pero pude comprobar que el cielo parecía querer despejarse por el
horizonte. Esa sensación de quietud, silencio y paz podría estar convirtiéndose
en algo que me tranquilizaba.
Sinceramente, no creo q la presencia de un simple hierbajo pudiera
haberme reconfortado tanto cuando más pensaba que se acercaba lo peor. De
hecho, lo peor era inevitable y se estaba haciendo de noche de manera
inexorable. La diferencia era, muy posiblemente, mi actitud para afrontar la
situación. Estaba relajado y confiado de que nada malo podría pasarme en ese
lugar por muy siniestro que fuera.
-Debería buscar algún sitio donde resguardarme y pasar la noche lo mejor
posible. –pensé más relajado.
Con la vista acostumbrada a la oscuridad pude llegar a una zona alta
donde un gran árbol se erguía sobre
gruesas raíces. Sus desnudas raíces podrían ser un buen sitio para
sentarme sobre algo seco y buscando una buena postura, poder ir acomodando mi
espalda en su robusto tronco marcado por el paso del tiempo. Mi cabeza divagaba
sobre la historia de aquel perdido árbol que sin tener ni idea de botánica,
podría tener perfectamente más edad que la que podría tener hoy mi tatarabuelo
cuyo nombre ni conozco. Pudo nacer hace, por lo menos, trescientos años de un
simple hierbajo como el que encontré. Su semilla pudo venir transportada en los
intestinos de algún animal herbívoro y nómada ya que no había visto ningún
árbol como éste en el bosque. Que casualidad haber nacido en lo alto de esta
loma. Que fortaleza para haber crecido año tras año sin parecer inmutarse por
lo que a su alrededor pasara. Que nobleza haber muerto sin parecer que haya
querido correr de esta loma para ponerse a salvo. Todavía hoy va a serme útil
subirme en sus raíces y me ayudará a sentirme seguro durante la noche.
La paz seguía apoderándose del bosque que parecía no ser consciente de mi
extraña presencia. Echando la mano a mi bolsillo, cogí un cigarrillo y lo
encendí tomándome mi tiempo en un ya muy conocido ritual. Cada calada me
adentraba en un pensamiento mas profundo y contemplaba el cielo entre las ramas
ya muertas que parecían querer protegerme de la noche. Había una cierta
claridad en la noche. Las nubes corrían ligeras como flotando en la noche. Por
ratos, media luna me enseñaba su mejilla
herida y algunas estrellas parpadeaban como pequeños luceros que orientaban mi
mirada a través de la nada. Así divagando entretenido en mis pensamientos, fui
pasando las horas entre ideas fugaces. Cómodo en mi tronco, pude cerrar los
ojos despacio y con un respirar relajado me hundí acomodado en sus brazos.
Creo que no pasó mucho tiempo hasta que abrí los ojos y pude ver una
claridad brillante que iluminaba todo cuanto me rodeaba. El tiempo es muy
relativo y aquella noche pasó volando ante mí como si no quisiera que pasara
frío. El rocío fue quien me despertó al sentir su fresca humedad en mi rostro.
No hacía nada de viento y pude darme cuenta con cierto regocijo de que se
intuían verdes sombras sobre las pequeñas lomas iluminadas por el cálido sol de
aquel bosque inanimado hasta el momento. Los rayos de este sol amigo perfilaban
brillos entre las ramas de los árboles que ahora se me antojaban con un encanto
misterioso. Parecía que la vida quería reivindicar su derecho a continuar
existiendo en aquel lugar. Que aquella bonita mañana había dado nuevas
esperanzas de vida a aquel bosque perdido y después de tanto tiempo.
Me incorporé como si hubiera descansado como hacía mucho tiempo y sin ni
echar de menos mis enormes tazas de café negro y mañanero, me incorporé para
observar el lugar desde una mejor perspectiva. No estaba nada orientado pero
desde lo alto pude ver un riachuelo que serpenteaba entre lo que pudieron ser
chopos en mejores días. Bajé por la colina hasta aquel río de agua cristalina y
llenando mis manos de agua, me refresqué la cara, el pelo y bebí de sus aguas.
Cuando me erguí, pude descubrir pasmado que a poco más de una docena de árboles
había una cabaña escondida entre árboles verdes y un pequeño murito de piedra
cubierto de musgo de varios colores y ya muy consolidado. Aquello no me lo
podía ni creer.
Me acerqué curioso a aquella cabaña de piedras y vigas de madera oscura y
pude comprobar que un débil hilillo de humo salía de su renegrida chimenea
central. Alrededor había vegetación y lo que parecían ser árboles frutales y
una pequeña huerta muy bien cuidada. Los muros de piedra aguantaban un tejado
de teja marrón muy rústica y las contraventanas de madera verde estaban
cerradas a cal y canto. Fui rodeando la pequeña casita del bosque y pude ver
que había ropa tendida en unas cuerdas atadas entre dos árboles que debían ser
manzanos y al lado, en una gran higuera, un columpio hecho de palo y cuerda se
suspendía con un leve balanceo. Herramientas para la tierra y un pozo que debía
ser de abundante agua fresca por el cubo lleno de agua y la tapa abierta.
Contra la pared de atrás, un montón de leña pilada con esmero y el hacha
clavada en una de las vigas maestras de la cabaña.
Todo parecía indicar que alguien vivía ahí. Pensaba que lo mejor sería no
buscarme problemas y largarme de ahí lo antes posible antes de que alguien
pudiera sentirse agraviado. En ese bosque tan solitario, no creo que los
habitantes estén muy acostumbrados a recibir visitas inesperadas. Cuando más
claro tenía que lo mejor sería continuar mi camino, un pajarraco que había
sobre el tejado, empezó a graznar desesperadamente. Ese bicho emitía unos
ruidos desgarradores, como si lo fueran a desplumar. Hice amago de hacerlo
calar con un silbido pero antes de poder coger ni aliento, oí un ruido que bien
podría ser la puerta de la cabaña.
Me quedé muy quieto, en la parte de atrás de la casa. Pegado al muro y
preparado para salir echando patas si la situación lo requería. El pájaro
enmudeció como satisfecho de haber conseguido lo que pretendía. Ya había
activado la alarma contra intrusos y de forma muy rápida se había complicado
todo lo que empezó con una curiosidad razonable.
Caminando erguida y sin aparente preocupación, apareció tras la esquina
de la cabaña una chica joven vestida con un camisón blanco hasta los pies. El
pelo suelto y revuelto. La mirada apacible. Yo me quedé mirándola atónito como
si no me pudiese creer lo que estaba viendo. No desperté de ese estado de
estupidez hasta que me saludó con un simple y vivaracho “hola”. Mi respuesta
mecánica fue devolverle el saludo. Estaba del todo impávido y sumido en un
estado de escepticismo que no acababa de superar.
-¿Quieres pasar a desayunar? –me dijo la chica con toda la normalidad del
mundo. –Te estaba esperando. –Mis ojos
atónitos no le quitaban la mirada de encima mientras me hacía un gesto como
invitándome a dar la vuelta al muro para que pasara. El pajarraco emitió un
ronquido pacífico y después hizo un gorgorito cantarín mientras abatía sus alas
sobre el tejado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario